Es la flor de la muerte que, dicen, irradia vida.
Sus colores vibrantes son inconfundibles y, su perfume, simplemente incomparable.
"Huele a fiesta, huele a tradición, huele a México", dice Elaine Villavicencio, una policía que en esta fecha se transforma en la catrina de la flor de cempasúchil, pastora de las almas que se fueron.
"El camino con sus pétalos guía a los difuntos hacia el altar".
Una ofrenda típica mexicana contiene pan de muerto y calaveritas, pero sin duda la flor de cempasúchil es la protagonista.
Previo a las festividades, el cempasúchil nace triunfante a los pies del volcán Popocatépetl.
Manos poblanas, como las de Carlos Cruz, la tratan con cuidado y respeto porque la han cosechado, generación tras generación.
"Desde que yo tengo uso de razón hemos sembrado esta flor y hasta la fecha", cuenta Cruz.
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Entonces llega a los altares, a las ofrendas, con todo el misticismo de los tiempos prehispánicos escondido entre sus pétalos.